Whisky, ron, cerveza, pulque, lo que caiga, total, dinero
no hay de sobra, sólo hasta que mi cochinito enflaquezca. He tomado mucho las
últimas semanas y no sé a ciencia cierta a qué se deba; probablemente a una
inspiración post-universitaria. Lo que noto es que mi barriga está un poco más
inflada de lo normal y lo puedo notar gracias a mi enjuto cuerpo. A pesar de mi
deformación corporal, una vez más la borrachera me ha dado de qué escribir.
Los Oxxos han impuesto
la miserable y cruel regla de no vender alcohol después de las diez de la
noche. Pobres de nosotros los borrachos trasnochados. Por fortuna, junto a mis
amigos, hemos descubierto una tienda que presuntamente, según un empleado de
ésta, tiene arreglos con alguna autoridad para que pueda vender alcohol a
cualquier hora, lo que quiere decir que permanece abierta toda la noche y lo
que es mejor: queda justo a la vuelta de donde vivo. Lo malo es que sus precios
aumentan. De algún modo tiene que salir para la mordida.
Junto a mis amigos en estado de ebriedad, yo con un
aguante y equilibrio soberbio en mi condición etílica aun impecable hasta en mi
peinado, fuimos en busca de más que chupar.
Discutíamos, mientras nos dirigíamos a la ya mencionada fuente de la valentía,
sobre política irrelevante, hechos pasados que no se mejorarán hablando de
ello, pero sirven para tener un pretexto para tomar e incluso para reflexionar.
Un sujeto de traje oscuro que recibía una botella Torres
10 mientras la pagaba, nos interrumpió abruptamente pidiendo permiso para hacerlo.
Este hombre, a quien lo esperaban dos mujeres ansiosas de alcohol y tabaco dentro
de un lujoso carro, nos brindó su opinión respecto a nuestro tema de
conversación.
Se llamaba algo así como Miguel Verdes o Rojas o Negras, tenía
treinta y tantos años, era abogado, era priísta y era colaborador en un
programa de radio de debate político el cuál no recuerdo su nombre por la
nubosidad en mi mente debida al frío que hacía y en menor razón por la cantidad
de alcohol que había ingerido hasta ese momento de la noche. Así se presentó.
Igualmente, un poco pedo como nosotros. Justo ahí empezaron las contradicciones
que fueron tomando sentido.
Este personaje político de la noche levantaba el
estandarte de Rafael Correa, presidente de Ecuador, como su máximo ídolo
político, citándolo cada que podía, adulándolo como eminencia intelectual y
recomendándonos entusiastamente que lo escucháramos hablar en cualquier video
de YouTube, subestimándonos porque como comunicólogos era una obviedad que ya
lo habíamos escuchado hablar alguna vez. Yo ya lo había escuchado en el
programa de Yordi Rosado y también con Andrea Ricaleta, o como se llame esa
joven y talentosa mujer.
Nos dijo que le habían ofrecido un puesto en el gobierno
y que no lo iba a desaprovechar porque le pagaban 30 mil pesos al mes. Empezó a
criticar a los medios de comunicación, a nuestros medios de comunicación,
aquellos medios que algún día nos darán de comer. Dijo que Loret, Maerker,
Dóriga eran una virus para la gente, unos mentirosos.
Siguió diciendo que todas las reformas de su partido sólo
veían por intereses empresariales y de la cúpula política. “¿Quieren saber la
verdad, niños? A los políticos les vale madre la gente”, o algo así dijo.
Le inquirí si veía algún futuro en este país. “Este país
se va a ir al carajo”, estoy seguro que con esas palabras lo dijo.
Entonces, qué hacía él, presentándose como priísta
diciendo todas esas cosas, para cambiar desde dentro de la política. “Me estoy
acercando a Morena”. También comentó que el crimen organizado le ha pedido
cuotas por negocios que ha tenido.
No descubrió el hilo negro, no dijo cosas que no
supiéramos. Reforzó lo que ya sabíamos. Sobre todo si lo habla alguien que está
dentro del partido político que comanda este país. Lo único que me queda claro es
que hay luz al final del camino, hay un contrapeso desde dentro de los partidos,
servible en algún punto.
La noche se acabó, amanecí sosteniendo un vaso de vodka
barato con jugo de naranja Bébere, un cigarro encendido en la otra mano, un
clímax de reflexión casi nulo, inservible y unas ojeras que parecían pesadilla
en mi cara. El personaje nos había dado su número telefónico porque según él
nos iba a invitar a su programa de radio para intercambiar ideas. Lo anoté en
mi mano. Al llegar a casa descubrí que se había borrado.