martes, 22 de diciembre de 2015

Noches de política y borrachera

Whisky, ron, cerveza, pulque, lo que caiga, total, dinero no hay de sobra, sólo hasta que mi cochinito enflaquezca. He tomado mucho las últimas semanas y no sé a ciencia cierta a qué se deba; probablemente a una inspiración post-universitaria. Lo que noto es que mi barriga está un poco más inflada de lo normal y lo puedo notar gracias a mi enjuto cuerpo. A pesar de mi deformación corporal, una vez más la borrachera me ha dado de qué escribir.

Los Oxxos han impuesto la miserable y cruel regla de no vender alcohol después de las diez de la noche. Pobres de nosotros los borrachos trasnochados. Por fortuna, junto a mis amigos, hemos descubierto una tienda que presuntamente, según un empleado de ésta, tiene arreglos con alguna autoridad para que pueda vender alcohol a cualquier hora, lo que quiere decir que permanece abierta toda la noche y lo que es mejor: queda justo a la vuelta de donde vivo. Lo malo es que sus precios aumentan. De algún modo tiene que salir para la mordida.

Junto a mis amigos en estado de ebriedad, yo con un aguante y equilibrio soberbio en mi condición etílica aun impecable hasta en mi peinado, fuimos en busca de más que chupar. Discutíamos, mientras nos dirigíamos a la ya mencionada fuente de la valentía, sobre política irrelevante, hechos pasados que no se mejorarán hablando de ello, pero sirven para tener un pretexto para tomar e incluso para reflexionar.

Un sujeto de traje oscuro que recibía una botella Torres 10 mientras la pagaba, nos interrumpió abruptamente pidiendo permiso para hacerlo. Este hombre, a quien lo esperaban dos mujeres ansiosas de alcohol y tabaco dentro de un lujoso carro, nos brindó su opinión respecto a nuestro tema de conversación.

Se llamaba algo así como Miguel Verdes o Rojas o Negras, tenía treinta y tantos años, era abogado, era priísta y era colaborador en un programa de radio de debate político el cuál no recuerdo su nombre por la nubosidad en mi mente debida al frío que hacía y en menor razón por la cantidad de alcohol que había ingerido hasta ese momento de la noche. Así se presentó. Igualmente, un poco pedo como nosotros. Justo ahí empezaron las contradicciones que fueron tomando sentido.

Este personaje político de la noche levantaba el estandarte de Rafael Correa, presidente de Ecuador, como su máximo ídolo político, citándolo cada que podía, adulándolo como eminencia intelectual y recomendándonos entusiastamente que lo escucháramos hablar en cualquier video de YouTube, subestimándonos porque como comunicólogos era una obviedad que ya lo habíamos escuchado hablar alguna vez. Yo ya lo había escuchado en el programa de Yordi Rosado y también con Andrea Ricaleta, o como se llame esa joven y talentosa mujer.

Nos dijo que le habían ofrecido un puesto en el gobierno y que no lo iba a desaprovechar porque le pagaban 30 mil pesos al mes. Empezó a criticar a los medios de comunicación, a nuestros medios de comunicación, aquellos medios que algún día nos darán de comer. Dijo que Loret, Maerker, Dóriga eran una virus para la gente, unos mentirosos.

Siguió diciendo que todas las reformas de su partido sólo veían por intereses empresariales y de la cúpula política. “¿Quieren saber la verdad, niños? A los políticos les vale madre la gente”, o algo así dijo.

Le inquirí si veía algún futuro en este país. “Este país se va a ir al carajo”, estoy seguro que con esas palabras lo dijo.

Entonces, qué hacía él, presentándose como priísta diciendo todas esas cosas, para cambiar desde dentro de la política. “Me estoy acercando a Morena”. También comentó que el crimen organizado le ha pedido cuotas por negocios que ha tenido.

No descubrió el hilo negro, no dijo cosas que no supiéramos. Reforzó lo que ya sabíamos. Sobre todo si lo habla alguien que está dentro del partido político que comanda este país. Lo único que me queda claro es que hay luz al final del camino, hay un contrapeso desde dentro de los partidos, servible en algún punto.


La noche se acabó, amanecí sosteniendo un vaso de vodka barato con jugo de naranja Bébere, un cigarro encendido en la otra mano, un clímax de reflexión casi nulo, inservible y unas ojeras que parecían pesadilla en mi cara. El personaje nos había dado su número telefónico porque según él nos iba a invitar a su programa de radio para intercambiar ideas. Lo anoté en mi mano. Al llegar a casa descubrí que se había borrado.