OTRO
CASO DE ACOSO SEXUAL EVIDENCIADO
Lo
cuento enseguida para llamar a la acción de detenerlo, pues la
próxima víctima de este, o cualquier otro tipejo, puede ser tu
novia, tu hermana o tu madre:
De
regreso a casa, nuevamente en la Línea 3 del Metro de la CDMX, junto
a la puerta, un señor de camisa floral amarilla leía un librillo
del cual no deseo recordar el título. Una chica con pastel en mano
se acercó para sujetarse del tubo de donde me estaba agarrando y
quedó en medio de nosotros. El señor, ya con sus canas, pero aún
regocijante, le jugó una broma a la chica diciéndole “gracias”
como si el pastel se lo entregara a él. Ambos rieron ligeramente
mientras yo observaba. El señor le preguntó dónde bajaba. La chica
le dijo que dos estaciones más adelante. Él se ofreció a sostener
el pastel. Ella aceptó. Toda esa actitud me pareció extraña. No
dije nada. Pero cómo cambian las cosas.
En
la estación siguiente subieron varias personas, entre ellos un
chaparro de camisa negra, con mochila en mano. Enseguida se paró
detrás de la chica. No me fijé si rozó sus piernas con pretexto de
sostener su petaca. Me quedé atento. Antes de que el Metro avanzara,
vi cómo este desagradable enano acercó su nariz al hombro de la
chica para olfatearla como perro. Pensé enseguida en la palabra
“acoso”, pero le di el beneficio de la duda, tal vez sólo miró
sus pies a ver en dónde estaban colocados. Cuando el Metro avanzó,
volvió a olerla, ahora del cabello. Entonces me convencí más de lo
que estaba sucediendo. Mi corazón latió fuerte pues nunca se sabe
cómo reaccionarán estos tipejos, así que le di una oportunidad
más, la cual desperdició acercando su nariz nuevamente a ella para
registrar su aroma.
El
impulso me ganó enseguida y no dudé en reclamarle: “¿Por qué la
estás oliendo? Te estoy viendo. ¿Por qué la hueles?”, le dije,
señalando con el dedo flamígero de la indiganación y la conciencia
social, la acción, la chica y mis ojos. “No, no lo estoy
haciendo”, se defendió. “Claro que sí, yo te estoy viendo”.
“Compruébamelo”, dijo, delatándose inocentemente. “No es
necesario. ¡Eres un acosador y como tal hay que señalarte y
excluirte! Todos te están viendo y ya saben que eres un acosador”,
me salió perfecta la frase. El señor de la camisa de flores y
librillo de psicología barata le dijo a la chica de mezclilla que
intercambiaran lugar. El pigmeo de camisa negra ya no dijo nada. La
mujer le dijo algo que no alcancé a escuchar y bajó en esa misma
estación.
Tuve
que esquivarlo, sin pedirle permiso ni empujarlo, para lograr bajar.
No era lógico que después de haberlo evidenciado, me cediera el
paso, aunque él también descendió del vagón en la misma estación
que yo. Lo observé y a lo lejos se perdió en el andén. Esta
ocasión, sí me temblaron las piernas.
Foto: Animal Político
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