jueves, 25 de mayo de 2017

En contra del Acoso Sexual Callejero #2

OTRO CASO DE ACOSO SEXUAL EVIDENCIADO

Lo cuento enseguida para llamar a la acción de detenerlo, pues la próxima víctima de este, o cualquier otro tipejo, puede ser tu novia, tu hermana o tu madre:

De regreso a casa, nuevamente en la Línea 3 del Metro de la CDMX, junto a la puerta, un señor de camisa floral amarilla leía un librillo del cual no deseo recordar el título. Una chica con pastel en mano se acercó para sujetarse del tubo de donde me estaba agarrando y quedó en medio de nosotros. El señor, ya con sus canas, pero aún regocijante, le jugó una broma a la chica diciéndole “gracias” como si el pastel se lo entregara a él. Ambos rieron ligeramente mientras yo observaba. El señor le preguntó dónde bajaba. La chica le dijo que dos estaciones más adelante. Él se ofreció a sostener el pastel. Ella aceptó. Toda esa actitud me pareció extraña. No dije nada. Pero cómo cambian las cosas.

En la estación siguiente subieron varias personas, entre ellos un chaparro de camisa negra, con mochila en mano. Enseguida se paró detrás de la chica. No me fijé si rozó sus piernas con pretexto de sostener su petaca. Me quedé atento. Antes de que el Metro avanzara, vi cómo este desagradable enano acercó su nariz al hombro de la chica para olfatearla como perro. Pensé enseguida en la palabra “acoso”, pero le di el beneficio de la duda, tal vez sólo miró sus pies a ver en dónde estaban colocados. Cuando el Metro avanzó, volvió a olerla, ahora del cabello. Entonces me convencí más de lo que estaba sucediendo. Mi corazón latió fuerte pues nunca se sabe cómo reaccionarán estos tipejos, así que le di una oportunidad más, la cual desperdició acercando su nariz nuevamente a ella para registrar su aroma.

El impulso me ganó enseguida y no dudé en reclamarle: “¿Por qué la estás oliendo? Te estoy viendo. ¿Por qué la hueles?”, le dije, señalando con el dedo flamígero de la indiganación y la conciencia social, la acción, la chica y mis ojos. “No, no lo estoy haciendo”, se defendió. “Claro que sí, yo te estoy viendo”. “Compruébamelo”, dijo, delatándose inocentemente. “No es necesario. ¡Eres un acosador y como tal hay que señalarte y excluirte! Todos te están viendo y ya saben que eres un acosador”, me salió perfecta la frase. El señor de la camisa de flores y librillo de psicología barata le dijo a la chica de mezclilla que intercambiaran lugar. El pigmeo de camisa negra ya no dijo nada. La mujer le dijo algo que no alcancé a escuchar y bajó en esa misma estación.


Tuve que esquivarlo, sin pedirle permiso ni empujarlo, para lograr bajar. No era lógico que después de haberlo evidenciado, me cediera el paso, aunque él también descendió del vagón en la misma estación que yo. Lo observé y a lo lejos se perdió en el andén. Esta ocasión, sí me temblaron las piernas.

Foto: Animal Político

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